Queríamos purificarnos;
nos desnudamos completamente.
La Luna en el agua latía.
Silencio.
El torrente frío,
helado, paralizante,
en mi espalda.
Estabas muy pálido,
temblando,
ya no reías.
Los ojos se abrían a la sombra,
los murciélagos nos observaban desde su azul
sin interrumpir.
Ya no volaban.
¿Lloramos?
Sentimos la corriente en los pies,
la savia de la tierra
se hacía cargo de nosotros.
Nos limpiaba.
Al llegar a casa preguntaste:
¿Recuerdas las flores
en la orilla del cenote?
Las vi también.
Esa noche ya no dijimos nada.
María José Moreno
Enviado desde mi iPad
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