jueves, 28 de abril de 2011

La tejedora

De pronto se detenía y obsevaba su tela brillante y pegajosa.
La presa había dejado de luchar por desprenderse.
Entonces tristemente comenzaba a deshacer su obra.
Le parecía que nada tenía sentido. Era el final.
Liberaba a la inocente víctima.
Si era necesario brincaba sobre la telaraña o los restos de ella;
para que nada quedara, ni rencores, ni lagrimas,
ni besos no entregados.
Lo había intentado una y otra vez con el mismo resultado.
Tarde o temprano el apresado se rendía y pedía ser devorado.
¡Nunca podría! y no sólo porque amaba la libertad,
ya todos lo teníamos claro ¡era una araña vegetariana!

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