miércoles, 17 de abril de 2013

Los animales salvajes y nosotros.


Tengo la suerte de vivir en la selva, sin vecinos humanos y sin televisión ni teléfono. Esto me ha llevado a entablar una estrecha convivencia con animales silvestres, yo no les llamo salvajes.

En la selva de Maroma, así se llama donde vivo; puedo despertar con el canto de las aves y dormirme arrullada por los grillos. A veces también por las ranas. Si por las noches me asomo a la ventana veo estrellas en el cielo y también en los árboles que rodean la casa. –Son luciérnagas explico a los escasos visitantes que las han visto.

La gente me pregunta siempre si he visto serpientes y sí, por supuesto que las he visto y ellas a mí. No ha pasado nada, no acostumbro andar por sus rumbos ni ellas por los mío.

El otro día me despertó un ruido desconocido, tardé un poco en descubrir qué era. Y ¡oh sorpresa! era una manada de jóvenes pecaríes. Les tomé fotos, cuidé de no hacer ruido y los disfruté hasta  que descubrí qué era lo que los atraía…¡mi jardín! Bastaron unas pocas horas para que acabaran con todas mis plantas de ornato. Entonces salí a clamar justicia. Ellos al verme corrieron despavoridos, si ellos no son bonitos imagino lo fea que yo soy para haberles causado tal espanto.

Después de esa escena no han vuelto a casa, ya no los veo merodeando en  las cercanías, extraño verlos con sus crías y sus ojos inmensos, con sus pelos crespos en el lomo y su paz. Es ahora cuando me han entrado tantas dudas y me ha dado por reflexionar. Hasta qué punto hemos ido invadiendo su espacio. Los hoteles cercanos han ido poniendo cercas muy discretamente, sólo dos hilos de púas dicen. ¿Y si los venados se lastiman? ¿Y si los pecaríes que asusté ya no tienen comida porque los animalitos de los que se alimentaban se han ido yendo a causa de la invasión humana?

Papá dice: Tienen el mismo derecho que yo y si se comen mi jardín me enojaré muchísimo. Yo no puedo dejar de compadecerme de ellos. Y de las zorritas rojas que no he vuelto a ver. De los llamados “agutíes” esos que se vuelven estatua para no ser detectados por el ojo enemigo.

Sé que no podemos hacer nada, que la civilización llega cada día más allá.

Anoche una pareja de mapaches descubrieron mi casa y a una mujer en el portal. Se pararon de dos patas y me miraron estupefactos, sin hablar me preguntaron qué hacía ahí. Les respondí sin palabras. Lo siento, lo siento  mucho señores mapaches después entré y cerré la puerta; me sentí tan apenada…pero yo tampoco sé vivir en la ciudad.





martes, 16 de abril de 2013

La tecnología y nosotros, los de ahora.


 

 

 

Si hace algunos años me hubieran preguntado si un buen católico debe retuitear al Papa seguramente hubiese dicho que no.

Si me hubieran asegurado que estoy siendo seguida por “embuitidos en línea” seguramente mis noches se llenarían de  las más espantosas pesadillas . Y si me hubiese llegado un aviso diciendo que alguien acababa de “favoritear mi tuit” me hubiera puesto brava. No digamos si el aviso dijera que Sexyman acaba de comprarme para mascota.

Hace muy poco tiempo la gente no podía convertir a un amigo en un conocido apretando un botón ni viceversa. Si alguien cambiaba de situación sentimental no lo anunciaba a cinco mil personas a  la vez. Las cosas cambian, las personas, el lenguaje.

Antes no seguía a nadie, ni siquiera en viernes y ahora sigo y me siguen tres mil desconocidos. Yo les informo todos mis sueños, mis problemas cotidianos y lo que estoy comiendo. No sólo les cuento, les mando la foto para que lo comprueben por sí mismos; ellos también me comparten su vida. Generalmente hay una correspondencia y una retroalimentación.

Mi hermana me pregunta, cómo se llama la página donde me anuncio para conseguir amigos;  mi abuela queda muy impresionada de mi descaro.  Y yo muy ofendida ante su ignorancia.

Mi hija se pone triste si no le “laikean” la foto que acaba de cambiar en su perfil del face. 

¿Qué le está pasando a nuestro precioso idioma? ¿Qué pasó con los mensajes de texto? Qué triste que a media jornada de trabajo recibas un “Ola k ase”; a mí me dan ganas de llorar. Cuando mi mejor amiga me dice que nos encontraremos “tipo” a las seis de la tarde también me dan ganas de llorar.

Que la Real Academia de la Lengua acepte aquellas palabras que se han vuelto de uso y costumbre general, no me parece gracioso. Creo que debemos defender nuestro idioma y dar ejemplo hablando y escribiendo correctamente. Leí que en Colombia a los Tuits les llaman “trinos” que es la traducción correcta, ¿Por qué no seguir el ejemplo? ¿Por qué no invitar a la gente que nos rodea a ser impecables con las palabras? ¿No sería mejor usar las que ya existen que estar inventando nuevas?

Por lo pronto yo lo intentaré, no pienso jamás sustituir una “Q” por una “K” y si me llaman anticuada no me importa.

Me seguiré enamorando y no tendré un “crush”  y seguiré interactuando con mis “seguidos” y mis “seguidores” también haré uso del Facebook no tengo intención se feisbuquear.

A pesar de lo atractiva que la tecnología puede llegar a ser, yo les recomiendo no perderse las puestas de sol. caminar en la playa con una persona a la que quieras mucho, sentir la vida.
Y un último consejo: Apaguen su teléfono antes de dar un beso de amor porque si éste sonara el Príncipe se convertiría en sapo inmediatamente.

Yo no correría ese riesgo.